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Círculo encantado para potenciar el carisma con Sal

El ritual que seguidamente vamos a explicar, tiene como protagonista, junto con la sal, la poderosa figura del círculo.
El círculo es una de las figuras geométricas más impor­tantes de las enseñanzas mágicas. Esta es la imagen que tra­za el mago en sus ceremonias y tiene la función de ejercer un escudo protector contra las malas energías.
Para los filósofos platónicos el círculo era la figura más perfecta, ya que en ella no puede apreciarse ni principio ni fin, ni orientación, ni dirección. Era también la forma en que los egipcios describían a la eternidad representándola como un cordón anudado en forma de anillo.

En conceptos astronómicos, el signo tradicional con que se simboliza al Sol también es un círculo, y en alquimia di­cha figura personifica al oro. En la iconografía cristiana el nimbo de los santos tiene forma circular y para el budismo zen el círculo encarna la iluminación y la perfección del hom­bre en la unidad con el principio primario.

El ejercicio del círculo encantado con sal servirá para po­tenciar nuestro carisma, que en definitiva es una manera de manifestación energética o fascinación. Para muchos, el co­rrecto empleo del carisma se asemeja a la magia del hechizo.
La práctica que nos ocupa requiere trazar un círculo son el fin de generar carisma. La Real Academia de la Lengua Es­pañola define el sustantivo de carisma como «el don que tie­nen algunas personas de atraer o seducir por su presencia o su palabra». También define el concepto bajo una vertiente más teológica y evidencia el carisma como un «don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la co­munidad». Sea como fuere, lo que queda patente es que el carisma es un don que se concede a un número limitado de personas y que dicho don no tiene nada que ver con la su­perficialidad, la sofisticación, la educación o las formas aprendidas. Ni siquiera influyen en él conceptos relevantes como la edad, el sexo, la belleza, la cultura o el poder ad­quisitivo del individuo.
El carisma es un halo invisible que envuelve a quien lo posee, algo intangible, espiritual y etérico, pero que impregna y deja rastro en todos los actos de la vida, espe­cialmente en el terreno de las relaciones en general y en las amorosas en particular.
A continuación vamos a detallar un sencillo ritual que nos ayudará a potenciar el carisma y con él podremos favorecer nuestras relaciones afectivas.

Ingredientes:


1 pañuelo de seda usado.
1 tazón de sal fina.
6 flores blancas.
6 flores amarillas.
1 fotografía personal.
Unas gotas de nuestro perfume habitual.
1 vela blanca.

Preparacion:

Esperaremos que en el cielo luzca la Luna en cuarto cre­ciente y pondremos sobre la superficie de una mesa el pa­ñuelo, preferentemente de color claro, que habremos lleva­do pegando a la piel durante no menos de nueve días.
Sobre el pañuelo, dibujaremos un círculo con la sal y en el interior del mismo dispondremos las flores blancas y ama­rillas de manera intercalada. Para situarlas correctamente, nos imaginaremos la figura de un reloj y comenzaremos a co­locar las flores empezando por la una, de manera que la do-ceava y última flor, señalará las doce.
Acto seguido y con cerilla de madera, prenderemos la vela blanca, en la que con anterioridad habremos grabado nuestro nombre empezando por la base y siguiendo la di­rección hacia la mecha.
Tomaremos nuestra fotografía con ambas manos y tras pasarla por la llama de la vela, la situaremos en el centro del círculo derramando, a continuación, unas gotas de nues­tro perfume sobre su superficie y cubriéndola completa­mente de sal.

A continuación, derramaremos una gota de cera sobre cada una de las flores mientras repetimos en voz alta nues­tro nombre. Finalizaremos el ritual derramando sobre la su­perficie de la fotografía cubierta por la sal tantas gotas de cera como letras contengan nuestro nombre de pila.

Una vez la vela se haya consumido por completo, reco­geremos todos los elementos con el pañuelo, restos de cera incluidos, y atándolo fuertemente con cinco nudos, lo deja­remos reposar en una caja en la que habremos instalado un lecho de sal. Dicha caja deberemos situarla en un lugar cer­cano a la cama.
Es oportuno que el citado ritual lo repitamos cada vein­tiocho días durante tres meses consecutivos. Transcurrido
este tiempo, deberemos desechar la caja con los tres pa­ñuelos, tirándola al mar o a un río caudaloso, procurando que la corriente no nos devuelva el objeto a la orilla.

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